Hay obras de arte que trascienden el espacio y el tiempo para convertirse en auténticas referencias ineludibles de la cultura popular. Algunas, como La Monalisa o el Gernika, son capaces de atraer por sí mismas a miles de turistas, desde todos los rincones del planeta, solo para contemplar la maestría de sus trazos. Desde Leonardo a Picasso, pasando por Munch, Bacon o Goya, los artistas han sabido expresar con sus cuadros esos sentimientos que tal vez quedaban por encima del entendimiento humano, pero que son capaces de calcar en una buena pintura. Y existen numerosos casos en los que la emoción es el punto culminante de la obra, tanto en el tema como e n lo que provoca.
Pero también han sido muchos los artistas que han tomado como inspiración los antiguos mitos y leyendas, ya fueran los propios de sus lugares de nacimiento, u otros que habían podido leer y encontrar alrededor del mundo. La mitología griega es una de las más importantes a este respecto, y hay infinidad de representaciones de sus principales dioses mitológicos. Nosotros, sin embargo, hemos querido centrar nuestra atención en una historia algo más mundana, la que tiene que ver con el mito de Narciso y Eco, una historia dolorosa y a la vez también muy aleccionadora, que el pintor prerrafaelista británico Willian Watherhouse se encargó de representar en una obra absolutamente espectacular que marcó uno de los hitos del arte a principios del siglo pasado.
El mito de eco y narciso
Se dice que Eco era una ninfa del bosque tremendamente charlatana y divertida, y que gracias a eso, la diosa Hera la mantenía como protegida, ya que la entretenía bastante. Sin embargo, tras conocer los devaneos amorosos de su esposo Zeus, Hera pagó su ira con la pobre ninfa, maldiciéndola a repetir solo aquello que escuchara de los demás, sin poder hablar por sí misma. Así fue como Eco acabó recluida en lo más profundo del bosque, en una cueva cerca de un riachuelo, de la que apenas salía. En una de sus pocas escapadas fuera de la cueva, Eco divisó a un joven de extrema belleza, llamado Narciso, que caminaba por la senda cercana al riachuelo. La joven ninfa quedó prendada del muchacho, aunque en su primer encuentro solo pudo repetir las preguntas que él le hacía.
Según el mito más conocido, Eco pidió ayuda entonces a los animales del bosque, para poder confesarle sus sentimientos al apuesto Narciso. Éste, sin embargo, la rechazó con una risa, llamándola tonta. Así, la pobre Eco volvió a recluirse en su cueva, ahora para siempre, consumiéndose al repetir una y otra vez esas últimas palabras de Narciso. Según otra versión del mito, Eco le pidió ayuda a Afrodita para enamorar al joven, aunque falló al hacerlo, por inmiscuirse la diosa Némesis en su camino. Esta hizo que Narciso viera su reflejo en el agua del riachuelo y quedará tan embelesado de sí mismo, que acabó ahogado al caer a las aguas, buscando reunirse con su amado reflejo. Se dice que este es el origen de la flor llamada Narciso, que crece en las aguas, reflejándose en ellas.
La obra de William Waterhouse
Nacido en 1847 en Roma, pero criado durante toda su adolescencia y juventud en Gran Bretaña, John William Waterhouse se convirtió a finales del siglo XIX y principios del XX en uno de los artistas más destacados del llamado realismo romántico, aunque muchos también lo suelen incluir dentro de los prerrafaelistas. Lo cierto es que Waterhouse encontró su gusto al pintar en el interés por temas clásicos de la literatura mitológica. Sobre todo a partir de la última década del siglo XIX, sus pinturas se convierten en ilustraciones perfectas para las historias de los mitos griegos y romanos. La imagen de la mujer fatal le fascinaba, y son muchas las obras que se centran en ese tipo de personajes, aunque precisamente Eco y Narciso no tiene nada que ver con aquello, sino que la propia belleza.
Waterhouse ilustró el mito a través de la versión del poema que escribió Ovidio en su momento. La representación del cuadro nos muestra la versión del mito en la que Narciso se enamora de su propio reflejo al verlo en las aguas de un pequeño riachuelo. El momento captado por el pintor es precisamente ese en el que Narciso se observa a sí mismo por primera vez, enamorándose perdidamente de su reflejo y provocando, sin saberlo, su perdición. La ninfa Eco, desde el otro lado del estanque, le mira con nostalgia y con cierto amor todavía, aun sabiendo que ese momento será el último en el que pueda disfrutar de su amado porque después caería presa de la maldición que lleva desde nacimiento, y que se produciría al ver su propio reflejo.
Otros autores que han pintado sobre Eco y Narciso
El mito de Eco y Narciso es uno de los más románticos y a la vez trágicos dentro de la amplia mitología griega, y ha sido también representado por muchos otros artistas, antes y después de hacerlo Waterhouse. En pleno Renacimiento, por ejemplo, encontramos la obra de Giovanni Antonio Boltraffio, discípulo aventajado de Leonardo Da Vinci, que dibujó a un Narciso completamente ensimismado en su reflejo, que bien podría servir de inspiración posterior para otros artistas. El genio Caravaggio también llevó a cabo su propia revisión del moto con su alabada obra Narciso en la Fuente. También Nicolás Poussín eligió una composición más abierta, incluyendo a Cupido, cuando realizó su propia versión del mito en un óleo en 1628, con una creación magistral que sería uno de los cuadros más importantes sobre este tema.
Es curioso comprobar como el romántico Turner lleva el mito a una esquina de su obra, para representarlo en medio de la naturaleza, un tema muy del gusto de los románticos. Posteriormente, el genio Salvador Dalí también ofreció su propia visión, tan personal como acostumbrada, en la obra La Metamorfosis de Narciso, que supuso una vuelta de tuerca al mito. Todos y cada uno de estos artistas se sintieron incitados a dibujar sobre esta historia, tan trágica y a la vez tan alegórica, y cada cual lo hizo a su estilo.