La prostitución siempre ha sido un trabajo marginado, vilipendiado y en muchas ocasiones incluso perseguido y prohibido. Todavía hoy, en buena parte del planeta, las trabajadoras sexuales deben vivir al margen de la ley, realizando sus servicios en las sombras. No se les otorgan derechos, como al resto de trabajadores, por el simple hecho de ofrecer el sexo como servicio. Es lo único que las diferencia de un fontanero o un diseñador gráfico. Su talento es el sexo, algo con lo que todavía muchos no se sienten cómodos. El tabú sigue vigente, y el estigma de ser trabajadora sexual está más vivo que nunca, por desgracia. A pesar de que en los últimos años se estén llevando a cabo avances y sean cada vez más los que aboguen por la regulación y liberación del negocio sexual, la solución parece aún bastante lejana. Y es que la sociedad sigue viendo con malos ojos a las mujeres que se ofrecen sexualmente por dinero.
No siempre ha sido así. En la antigüedad, muchas culturas contaban con prostitutas “oficiales”, e incluso sagradas. Mujeres que trabajaban en los templos y entregaban sus servicios sexuales a cambio de ofrendas para su diosa. Los puertos de toda Europa se llenaron de prostitutas en la Edad Media, y muchas de ellas llegaron incluso a ganarse un nombre y una reputación. El trabajo de amante profesional seguirá estando mal visto, pero se ha expandido por todo el mundo, incluso en lugares donde no está permitido. En las sombras, estas mujeres siguen satisfaciendo a los hombres que lo necesiten. Y siendo musas de tantos y tantos artistas a lo largo de los años, de la pintura al cine, pasando por la música. ¿Quién no conoce la mítica canción Roxanne de The Police? Sting le cantaba a una prostituta de la que supuestamente se había enamorado de forma irresistible. Un nombre que ya ha quedado marcado para siempre, ligado al sexo… aunque no es el único. La encarnación de la prostitución toma el nombre de Belle para hacerse monumento en las calles del bullicioso barrio rojo de Ámsterdam.